España no era España. Pasaba por los octavos otra vez enferma de doble pivote y huérfana de Xavi, a quien Del Bosque le ha arrancado opciones de pase y protagonismo. Llevaba la selección una hora enfrentada con el balón, que ha dejado de obedecer, y encogida y temerosa. Estaba apagada y cohibida, lenta, con su futuro en el alambre, aunque nunca en peligro de Portugal, que jugaba rebosante de miedo y precauciones. Y, de pronto, un cambio sacudió el partido y encendió a España. La metió en cuartos.
La sustitución tenía el aspecto de una rendición, el regreso a la furia. Era sólo un nueve por otro, Llorente por Torres, pero era más. Era la vuelta al delantero centro grande a la caza de un centro enroscado, ‘Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo'. Y, sin embargo, resultó una bendición. La tecla que recuperó las buenas costumbres y una puerta por donde empotrar a Portugal.
Nada más saltar al campo, Ramos descargó un centro sobre el área, Llorente se hizo un hueco entre los centrales y cabeceó en plancha casi desde el área chica, a las manos de Eduardo que despejó el balón como pudo. No fue gol, pero a Portugal le entró de repente un ataque de pánico y de dudas. Y a España le dio un subidón. Pero no de balones a la olla, sino de juego. Entendió que era su momento.
Del Bosque no lo ve, pero a Xavi le ha cortado la respiración
Villa lanzó otra andanada y, de repente, otra vez cosida a la pelota, España fabricó una ocasión en el balcón del área, ya letal. Iniesta se deslizó por la frontal, y conectó dentro del área con Xavi, que prolongó la jugada de espuela para Villa, quien, a la segunda, superó por fin a Eduardo, imbatido hasta entonces en todo el campeonato.
El gol dio paso a la mejor España, reconciliada con el balón y encendida en la fabricación de ocasiones. Ramos y Villa rozaron la sentencia. Queiroz removió también su banquillo, pero no encontró una solución. España se quedó con la pelota y sólo al final, ante el vértigo de la cercanía del último pitido del árbitro, dejó que Portugal se vaciara en falso. El gol del empate nunca estuvo cerca.
La hora anterior al tanto de Villa no invitaba a pensar en el desenlace. España salió fuerte, pero se fue encogiendo. Trató de explotar de saque el punto que sospechaba más débil en Portugal, su costado derecho, pero enseguida el partido le fue superando. Torres, Villa, Capdevila e Iniesta cayeron por ese flanco para crear situaciones se superioridad y arrancaron un par de remates intencionados que Eduardo rebajó con su seguridad de costumbre. Fue un fogonazo que se apagó enseguida.
La Roja trató de cargar con la iniciativa, de coserse a su viejo fútbol de toque. Pero fracasó durante esa hora. La pelota le hizo extraños, nunca le obedeció. Sus circulaciones salían trompicadas. El idilio parecía definitivamente acabado. España quería jugar al rondo, pero no sabía bailar. O no se acuerda de cómo se hacía, de cúal era el mágico compás. Iniesta y Xavi no conectaban, se manchaban de imprecisión en balones sencillos. Xabi tenía un día raro, resbaladizo. Busquets recurría a demasiados toques antes de soltar la pelota. El doble pivote empobrecía a España, aunque la volvía hermética para sujetar las embestidas lusas. El balón era un caballo salvaje en la posesión española. No había quien lo dome.
Los dos equipos se respetaron demasiado, sin buscar el gol
A Xavi, el antiguo jefe, no le ayudaba desde luego su posición. Del Bosque no lo ve, pero le ha cortado la respiración. Le ha reducido sus opciones de pase. Quizás sea verdad que no encuentra su mejor momento de forma, pero da la sensación de que pesa más la composición del equipo. Tiene muchas opciones para asociarse por detrás de él, hasta siete, pero muy pocas para descorchar su visión hacia adelante. Antes todas las jugadas pasaban por él, ahora es uno más.
Portugal no puso las cosas fáciles. Es un rival rocoso. Por el medio es un seguro de vida, con dos centrales sincronizados y expeditivos, inteligente en la colocación y poco abiertos al fallo. Tienen ayuda por delante, con un trivote diseñado fundamentalmente para cortar no para crear. Concede algo más por los costados, dado el espíritu ofensivo de sus laterales. Pero con tanto personal dedicado a la destrucción le llegan fáciles los auxilios.
En ataque, Portugal tampoco fue mucho. Cristiano apenas tuvo influencia. No es el atacante obsesivo y constante del Madrid. Estuvo vigilado, con Busquets siempre mirándole por el rabillo del ojo por si dudaban los de su zona, pero el extremo tampoco puso mucho de su parte para hacerse notar. Se va del Mundial sin hacer nada. El peligro ofensivo de los lusos llegó por la subida de sus laterales y por las incorporaciones de Tiago, que ha llegado a toda pastilla a Suráfrica. Fue el centrocampista atlético el que de verdad hizo sufrir a Casillas.
La Roja trató de cargar con la iniciativa, de coserse a su viejo fútbol de toque
El miedo fue adueñándose del primer tiempo, que decreció con el paso de los minutos. Los dos equipos se respetaron demasiado, guardaron más el resultado que buscaron romperlo. España hizo que quiso más la posesión, pero no se la quedó. Jugó más en el campo del rival, pero muy lento. Con una circulación muy previsible y poco atrevida. Asegurando el pase fácil y vacío y abusando del juego en largo cuando la pelota empezaba a quemar.
Portugal expuso menos. Destinó diez jugadores, Cristiano incluido, a refugiarse. Contribuyó a volver plano el partido. Hasta que de pronto Del Bosque removió el banquillo y dio una sacudida al partido. Salió Llorente y España, de repente, se enchufó. Lo justo para que a Villa le saliera otra vez el gol que lleva dentro. Está iluminado.